Viaje a la playa

Pensar que un coco se suelta de la palmera justo donde está tirada en la playa con su hija y la parte en dos. Calcular que son las once de la mañana y que este sol le dará cáncer de piel en unos años. Notar en la arena los vidrios pequeños que se le incrustarán entre sus dedos cuando intente armar un castillo. Contener el grito cuando le parezca ver una cola de cocodrilo en la ola. El río Tárcoles está muy cerca. Observar horrorizada los caballos y sus boñigas llenas de bacterias letales que serán pisadas por sus pies pequeñitos. Recordar al vecino de doce años que murió de una meningitis por culpa de una caca escondida. Una caca que entró en contacto con el paño que estaba sobre la arena y con el que se secó el agua del cuerpo. Escuchar a lo lejos las carcajadas de la hija que busca conchas a la orilla del mar. Pensar en las 91 personas que se ahogaron en esta playa, un día soleado como hoy. Repetir en voz alta la frase de aquel libro el océano es un cementerio. Tomar un trago tras otro de cerveza con el estómago vacío. Esperar que haga efecto. Confiar en el padre que está junto a ella, en las fauces del monstruo azul. Agradecer a las probabilidades que aún está viva. Contar incrédula: nueve meses, un año, dos años, tres años viva. Manifestar al universo lo estoy logrando. Tratar de convencer al sistema nervioso de lo mismo.